La casa del Laberinto. Dark Tales - Por Manuel Castilla
Sarah Barker
despertó sobre el frío suelo y se sintió extraña, perdida. La oscuridad la
rodeaba como una mortaja en una tumba, pero poco a poco sus ojos se
acostumbraron a la falta de luz y empezó a vislumbrar objetos, una mesa, unas
sillas, unas estanterías... Se encontraba en un lujoso salón y era de noche.
Todo eso la aterró, pero lo que estuvo a punto de parar su corazón fue que no
recordaba como había llegado allí.
-¿Dónde
estoy? - Se preguntó en un susurro, su mente estaba dominada por la niebla.
Se levantó
del suelo y una leve sensación de mareo la asaltó, sintió que la habitación le
daba vueltas y se sujetó a una silla para no caerse, la sensación fue cediendo
poco a poco y se mantuvo firme, juró que no volvería a ese gélido suelo. Sarah
caminó hacia una de las ventanas y se asomó por ella llena de temor, entonces
pudo comprobar que se encontraba en una casa que no recordaba y ante ella se
extendía un extraño laberinto y más allá de éste un oscuro bosque.
-Debo salir
de aquí, Dios sabe los horrores que habitan en esta casa – Pensó con angustia.
De pronto, le
pareció oír un ruido, algo parecido a un susurro y todo su cuerpo se puso en
tensión. Había algo fuera del salón, algo tenebroso y maligno que la quería a
ella, lo presentía. La puerta empezó a abrirse lentamente y una figura entró en
la habitación. Era una joven como Sarah, su cabello oscuro era de una belleza
sobrenatural, sus profundos ojos negros miraban como sólo los ojos de la muerte
pueden hacerlo, sus labios eran rojos como la sangre y ofrecían un bonito
contraste con la pálida piel de la muchacha. Su hermoso rostro, su elegante
cuello y su delgada figura fascinaron a Sarah.
-Sarah, mi
dulce Sarah! - Dijo la hermosa criatura con una voz tan bella que la
estremeció.
Sarah se
sintió horrorizada y al mismo tiempo hipnotizada ante un ser tan sublime y
arrebatador, como si hubiese bebido vino. De pronto, recordó el paraíso que
había sido su vida durante las últimas semanas, había conocido a la muchacha en
el cruel internado en el que su padre la había metido, un lugar horrible en el
que se había sentido muy desgraciada, sólo su amistad con aquella joven la
había hecho sentirse querida y respetada. Un día, Valeria Overlook, pues ese
era su nombre, la había invitado a pasar las navidades en su casa familiar, la
Casa del Laberinto, muy lejos del bullicioso Londres, habían jugado a las
cartas, habían leído libros juntas y habían dormido abrazadas como hermanas
después de haber hecho espiritismo.
-Sarah, deja
de pensar en mí y empieza a pensar en ti.
-¿Qué?.
-Te leo el
pensamiento, ha llegado la hora de que decidas, hemos dormido juntas, te he
dado dos veces mi beso mortal. El segundo beso te ha provocado un desmayo, pero
después de la tercera vez, serás como yo.
Sarah se tocó
las dos pequeñas marcas que tenía en su cuello y que su precioso cabello rubio
mantenía ocultas. Se sintió totalmente despejada, Valeria era un ser de las
tinieblas, había leído sobre ellos en los libros de su padre, un devoto
ocultista.
-Sarah,
abandona tus dudas, ahora seremos iguales, hermanas de sangre y de muerte.
Todos van a morir, nuestras estúpidas compañeras, tu sádico padre, todos los
que alguna vez se hayan reído de tu bondad y de tu dulzura. Después de eso
viajaremos a una nueva ciudad, Nueva Orleans, y allí seremos reinas entre los
humanos, nuestro ganado.
Sarah dejó al
descubierto su níveo cuello y se rindió ante la promesa de un mundo de sangre y
de amor, de belleza y de muerte.
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