Tan negra como la noche - Un cuento de Fernando Román Plaza
Siempre me ha gustado pintar, desde que tengo uso de
razón. De niño todo lo pintaba, mesas, sillas, perros, una cuchara, un tenedor…
absolutamente todo. Mi padre, era cazador, y en nuestro balcón teníamos una
perdiz dentro de una jaula. Yo me sentaba allí con mi cuaderno y la contemplaba
durante horas para intentar dibujarla. Justo ahí, uní mis dos pasiones, la
pintura y las aves.
Hoy vivo en una casa en la playa, y puedo dedicarme a
la pintura profesionalmente. Tengo miles de cuadros, pero los que más me gustan
son los que tienen como protagonistas a los pájaros. Gorriones, ruiseñores,
golondrinas, y por supuesto… gaviotas. Me encanta sentarme en la puerta de casa
y mirarlas en la orilla. Es mi momento zen del día. Puedo pasarme la mañana
entera, trazando sus siluetas.
Un día, al despertar, justo al mirar a la orilla, vi
lo que parecía ser un cuervo. La verdad es que me resultó muy extraño que esa
ave fuera a posarse justo en la misma orilla. Pero ahí estaba, era un cuervo,
sin ninguna duda. Había algo aún más raro, no había nada, ni nadie más en la
playa. Ni pescadores, ni gaviotas, ni corredores matutinos. Nada, sólo él… tan
negro como la noche. La fascinación que me produjo contemplar esa escena y el
deseo que me empujó a plasmarla en uno de mis cuadros fue inmensa. Así que me
precipite dentro de casa para buscar mi silla y mi cuaderno. Pero al regresar,
el cuervo ya no estaba. No sólo eso, la playa había retomado su actividad
habitual, había tres pescadores a menos de cien metros, cientos de gaviotas sobrevolaban
mi cabeza, y hasta un barco se dibujaba en el horizonte. ¿Cómo podía ser? Sólo
habían transcurrido unos segundos.
Ilustración de Tasio Rödiger |
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A la mañana siguiente, allí estaba otra vez, en la
misma posición y con el mismo desierto panorama del día anterior. Volví de
nuevo a la casa, y no pude reprimir un grito de terror, cuándo vi al cuervo
dentro y encerrado en una jaula idéntica a la de la perdiz de mi padre. El
pájaro, emitía incluso el mismo sonido característico de la perdiz, pero tenía
el pico cerrado. Al acercarme a la jaula, algo o alguien me golpeó por detrás.
Cuando desperté, comprobé con incredulidad que me encontraba en el suelo del
balcón de la casa de mis padres. Mi cuaderno, estaba en el suelo y la jaula
estaba abierta. Al levantarme y acercarme hasta ella descubrí que, en su
interior, sólo había una pluma, tan negra como la noche.
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