The Gate (La Puerta) - Por Javier Ramos
- ¡Mamá, hay un
gran agujero en el jardín que conduce al infierno!
- Ah, ¿sí? Muy
bien cariño. Oye, dile a tu hermana que se ponga al teléfono, ¿vale?
- ¡Pero, mamá!
- ¡Que se ponga
tu hermana!
- No puede
ponerse, se está comiendo los morros con un chico que ha invitado a la fiesta.
- ¡¿Una
fiesta?!
¿Y no era eso
lo que nos gustaba de verdad? ¿Un grupo de niños que se enfrentan a todo tipo
de situaciones y aventuras sin la supervisión de sus padres o de ningún
adulto?
En los 80 se
dieron toda clase de películas con el mismo concepto. «Adultos, fuera»
E.T,
Exploradores, Goonies, eran producciones dirigidas a un público
infantil/juvenil, que bajo sus distintos géneros y argumentos, exponían claramente
el conflicto de esa etapa terrorífica en la vida de nuestro personaje,
consiguiendo que el público se identificara en cuerpo y en alma. Ese grito
juvenil que quedaba en un simple murmullo en los oídos de los adultos, un
"son cosas de crios" que dejaba al protagonista solo ante una
situación que se le escapaba de las manos y que tenía que hacerle frente por sí
mismo, con los pocos recursos que tenía un chaval de la época, para enfrentarse
al problema. Ese era el cine de los 80, pura rebelión juvenil que criticaba
abiertamente la sosa mentalidad adulta desprovista de imaginación.
The Gate, 1987, dirigida por Tibor Takács, es una cinta al más
puro estilo de serie b, un "caramelito de terror" con una historia
delirante y atrevida que funciona sorprendentemente gracias a esa atmósfera
surrealista y tétrica que parece envolverte durante los 85 minutos que dura la
película.
Con un
escuetito presupuesto con el que se contó, y con solo dos únicas
localizaciones, la casa y el jardín, el director dijo: "Menos da una
piedra".
Y aun así
Takács consigue exprimir al máximo sus escasos recursos, empapándonos de una
suculenta claustrofobia y dándole tintes siniestros al hogar del protagonista,
un jovencísimo Stphen Dorff, que se ve perseguido por diminutos demonios
en un territorio donde antes era sinónimo de calidez y seguridad.
Un sonoro corte
de mangas para Troy Nixey y para sus criaturillas de "No Tengas Miedo
A La Oscuridad", que para contar con efectos especiales y más pasta para
hacer lo que le saliera del cerete, no consigue llegarle ni a la suela de los
zapatos a los demonios creados por Randall Williams Cook en The Gate.
Detalle importante, Williams Cook, supervisor de efectos visuales, más chulo
que un 8, utilizó su propio ojo y su mano para crear esa mítica escena, que, a
día de hoy, me sigue pareciendo fascinante. La película en sí, y para gustos
los colores, está repleta de detalles que solo se puede saborear si eres fan
del cine de esa época; el hecho de que la forma de detener el apocalipsis se
encuentre en un disco de heavy metal me parece genial y muy acertado para que
así lo creyese un adolescente que creciese en los 80, que se veía rodeado de
leyendas donde los grupos metaleros escondían mensajes ocultos sobre
invocaciones o misas negras.
En definitiva, The
Gate, es sin duda una película que acaricia el terror de una forma muy
personal, que nos lleva a una época de inocencia y con un hambre atroz por las
aventuras; que nos señala con el dedo, a nosotros, los que cumplimos años, y
nos dice: "Decidisteis
dejar de ser niños..."
Por eso os
recomiendo que, cuando veáis esta peli con un paquete de patatas fritas en la
mano, recordéis por un momento lo que fue ser un crio. Puede que percibáis de
nuevo esa sensación de terror que creímos olvidada y que nos acechaba bajo
nuestra cama...
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