El Regreso. Dark Tales II - Manuel Castilla
El mundo como lo conocíamos había caído en la más total
oscuridad. Nadie sabía la causa, lo mismo había sido Dios que el Diablo, pero
los muertos caminaban por nuestras calles y atacaban a las personas vivas que
quedaban para alimentarse de ellas. Los gobiernos tomaron medidas que no
sirvieron para nada y una gran guerra se había librado en el mundo entre los
vivos y los resucitados, pero todo había sido en vano. Todos los ejércitos del
mundo se unieron para plantar cara a los zombis y se produjeron una serie de
grandes batallas entre el ejército de los vivos y el ejército de los muertos.
La última batalla, la del Mediterráneo, se había librado unos días antes y los
muertos habían vencido, como siempre.
En el pueblo donde vive Teresa, en el Norte de España,
todavía no ha pasado nada, puede que sea el hecho de que se han aislado del
exterior porque las autoridades han bloqueado las entradas a la localidad y
porque también se han creado unas patrullas armadas que recorren los bosques en
busca de posibles muertos vivientes. Todos están asustados y Teresa, una joven
viuda del lugar, tiene la sensación de que su hogar no será un lugar seguro
durante mucho más tiempo. Así se lo comentaba el otro día al cura del pueblo.
—Todavía no ha pasado nada, pero
pasará, no lo dude.
—Ten fe Teresa, ten fe.
—No la tengo desde su muerte,
desde que el mundo se hundió. Todas las grandes ciudades han caído, Roma,
París, Madrid, todas. Ha ocurrido tal como se predijo en ese libro tan extraño
escrito por esas dos mujeres, mis antepasadas, Valeria y Sarah. Es un
apocalipsis, el Infierno se ha vaciado y los muertos caminan entre nosotros.
Teresa es de padre español y madre inglesa, a través de su abuela
materna le llegó un extraño libro escrito por unas antepasadas de ella, estas
mujeres narraban en su libro llamado Mortificarum en el siglo XIX con
una precisión exacta los acontecimientos que se iban a producir en el siglo
XXI. Decían haber entrado en contacto
con unos espíritus del “otro lado”, así los llamaban ellas y estos tenebrosos
seres les habían dictado el fin del mundo.
El pequeño pueblo rodeado de montañas nevadas había sido el
lugar donde Teresa había nacido y se había criado. Siempre había vivido allí, excepto
el tiempo que
pasó estudiando medicina en la universidad en una gran ciudad. Teresa amaba a
su pueblo y se emocionaba cuando lo divisaba desde el autobús que la traía de
vuelta a casa durante las vacaciones en su época universitaria. Se había convertido
en la doctora del lugar y se sentía feliz con su trabajo.
El día que conoció a Juan estaba tomándose un café en una cafetería
cuando él entró a tomar algo porque estaba trabajando de albañil en una casa
cercana. Se enamoraron enseguida, aunque algunos no entendían que había visto
aquel muchacho alto y sonriente en la tímida y reservada doctora. Pocos días
antes de los primeros incidentes que habían llevado al mundo hacia las
tinieblas Juan se mató en una obra y Teresa se convirtió en viuda. No dejaba de
ser irónico, pensaba Teresa, que Juan hubiera fallecido justo antes de que los
muertos empezaran a volver a la vida.
Libros, profecías y en su amor fallecido, en todo esto piensa Teresa
mientras se sienta en su silla como hace todas las noches. Ya no hay televisión
ni Internet y en la radio solo emite una emisora local. Hay un silencio muy
extraño como si la naturaleza se hubiera callado de repente. Ese silencio no
puede traer nada bueno. Teresa mira por la ventana que da a la valla trasera de
su casa. Tras la valla se encuentra un espeso bosque y tras el bosque se
encuentra el pequeño cementerio del pueblo. Sin poder evitarlo sale al patio
trasero y mira hacia los árboles cuando, de pronto, escucha un ruido como de
unos pasos que se arrastran hacia la casa.
—¿Quién es?
¿Quién está ahí?
Alguien se abre camino entre los árboles poco a poco, golpea contra la
valla de madera y trozos de ésta saltan por los aires. Una figura entra
trabajosamente en el jardín y avanza hacia Teresa que la mira horrorizada. Es
Juan, que va vestido con el traje con el que lo enterraron solo que ahora está
sucio y lleno de tierra y nieve. Sus pasos son torpes y lentos y su cabeza está
doblada sobre un hombro en un ángulo antinatural.
Juan avanza hacia Teresa con sus brazos extendidos como si quisiera
agarrarla. Durante unos segundos solo se escuchan los pasos de Juan hasta que
se encuentra de pie frente a Teresa que, de pronto, apunta a lo que queda de su
esposo con la vieja pistola de su padre. El disparo suena en la noche como un
trueno y la parte trasera de la cabeza del zombi estalla mientras Juan cae
muerto por segunda vez.
Teresa corre hacia dentro de la casa y cierra la puerta horrorizada
por lo que ha pasado. Allí se derrumba y llora por Juan. Sabía que esto podía pasar,
pero lo que más la hace temblar es la mirada de Juan antes del disparo. Una
mirada llena de entendimiento y casi de súplica que acompañará a Teresa hasta
el último momento de su vida. Al poco rato las luces de la casa se apagan y se
empiezan a escuchar otros disparos incluso una explosión que proceden de las
otras casas de alrededor. Teresa se sube al segundo piso de su casa y mira por
una ventana. Desde allí puede ver al silencioso grupo de sombras que avanza en
medio de la noche. De pronto suena el teléfono, la vieja línea fija.
—¿Teresa?
—Si, soy yo.
—Soy Sarah, teníamos tantas ganas de contactar
contigo. Seguro que ya han llegado a tu pueblo, los muertos.
—Si, también se ha producido el alzamiento aquí.
—Escúchame con atención Teresa, ahora debemos unir
fuerzas las tres y podremos acabar con este horror. Hay que matar al Rey de los
Muertos y todo acabará.
—¿Pero qué locura es esta? ¿Quién es el Rey de los
Muertos?
—Es el nuevo señor de este mundo, pero se le puede
destruir. Es muy fuerte, casi un dios. Los espíritus nos hablaron ayer.
—¿Y
cómo sabes que se le puede destruir?
—Porque
según los espíritus, nosotras lo hicimos, Valeria, tu y yo, hace 10.000 años y
ahora toca hacerlo de nuevo.
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